Sok - Oud De la privincia de Prachin, Tailandia (Aquilaria crassna)

Imagina abrir la puerta de un santuario oculto en la selva tailandesa al amanecer. El aire, espeso de humedad, te recibe con un susurro denso y embriagador. No hay estridencia aquí, solo una fruta fermentada que exhala su alma dulce con el misterio de algo que ha madurado bajo el sol inclemente y las lluvias monzónicas, escondida entre hojas de un verde imposible.

Es una fruta tropical, sí, pero no la de los mercados brillantes y pulcros: esta es salvaje, como arrancada del corazón de un bosque primigenio. Tiene el dulzor indómito de la papaya recién caída, entremezclado con la acidez suave de un mango que empieza a fermentar, que no se descompone sino que se transmuta —como el vino— en algo más profundo, más sagrado.

La salida es un frescor húmedo, embriagante, como la piel después de un baño ritual en aguas termales cubiertas de flores marchitas. Esa fruta fermentada no se queda en lo superficial: se desliza, resbala, se funde en la piel como seda líquida, y se va oscureciendo poco a poco hacia una opulencia cálida, resinosamente terrosa.

Es lujo, sí —pero no el lujo ostentoso— sino el que se encuentra en la desnudez de lo auténtico, en lo que no ha sido domesticado. Huele a Tailandia profunda, a templos cubiertos de musgo, a maderas que han absorbido siglos de ofrendas, a oro que no brilla pero respira. Es un oud que no necesita gritar para ser escuchado. Basta olerlo una vez para que nunca más puedas olvidarlo.